domingo, 30 de octubre de 2011

¡¡Yo inventé el jazz!!



Fanfarrón, desmesurado, excesivo, violento, chulo, arrogante, mafioso, jugador, desafiante, socarrón o estrambótico son algunos de los calificativos que se le pueden aplicar. Pero, siendo justos, más allá del personaje y de esa controvertida fachada de evidente recreación - que en el fondo escondía a un buscavidas solitario y distante- nos encontramos a unos de los grandes músicos y compositores que ha dado Norteamérica, cuya genialidad ha traspasado la barrera del tiempo para situarlo donde se merece, en el Olimpo del jazz.

En su momento ya hablamos del halo de misterio que rodeaba a Buddy Bolden, el primer músico de jazz, debido a los escasos documentos disponibles sobre él; pues bien en esta ocasión es lo contrario. Todo lo que rodea a Jelly Roll Morton está sobredimensionado, exagaredo por él mismo o incluso distorsionado, por lo que no siempre resulta fácil dilucidar lo que es realidad o mero alarde. Una de las aproximaciones más serias y rigurosas hacia su persona fue la exhaustiva investigación de Alan Lomax recogida en libro 'Mister Jelly Roll', publicado en 1950, con testimonios basados en entrevistas personales y piezas grabadas para la Biblioteca del Congreso.

Jelly Roll Morton, además, era todo un especialista en reescribir la historia en la medida de su ego. Tal vez la más famosa de todas su afirmaciones se corresponde con la invención del jazz. En 1938, tras una época de inactividad, dirigió una carta al director de la revista DownBeat, con el fin de reconducir su carrera musical, que empezaba con la siguiente frase: "es manifiestamente sabido, sin ningún lugar a dudas, que Nueva Orleans es la cuna del jazz y resulta que yo fui su creador, en el año 1902".

En esa histórica carta Jelly Roll habla también de cuestiones estilísticas de la música jazz, de la rivalidad con W.C Handy y de otras muchas de sus aportaciones, entre ellas, llegó a asegurar que fue "el primer director-payaso, que decía cosas ocurrentes y vestía de forma llamativa, lo que hoy llaman un maestro de ceremonias". Para concluir la carta, utilizó la siguiente firma: "Jelly Roll Morton, creador del jazz, del stomp, artista para Victor y el mejor compositor de canciones hot del mundo".


Pero, ¿cómo era realmente 'el mejor compositor de canciones hot del mundo'?. Ferdinand Joseph LaMothe, es decir Jelly Roll Morton, nació en 1890 en Nueva Orleans, en el seno de una acomodada y elitista familia de criollos, contraria a cualquier integración racial. Aunque el propio Morton, para dar autenticidad a su relato sobre la invención del jazz, situaba su nacimiento en 1895 al tiempo que solía decir que su verdadero nombre era Ferdinand LaMenthe y que toda su familia provenía directamente de Francia.

A pesar de recibir formación clásica, desde adolescente empezó a trabajar como pianista en los burdeles de Storyville. En esa escuela forjó su verdadero estilo, a medio camino entre el ragtime y el blues. Como en su círculo familiar no estaba bien visto que alguien de su clase desperdiciara el tiempo tocando en el barrio más decadente de la ciudad, Morton se defendía diciendo que trabajaba como vigilante nocturno. Y en realidad no mentía del todo. Vigiliba, a través de una mirilla, la sala del prostíbulo, para hacer el acompañamiento que servía de coreografía al número de la prostituta. En función de lo sugerente de la interpretación de ambos recibía más o menos propinas.

Claro, cuando su bisabuela descubrió realmente a lo que se dedicaba, le echó de casa por ser una mala influencia para sus hermanas y una deshonra para la familia. Alrededor de 1904 dejó Nueva Orleans para nunca volver y empezó a deambular por todo el sur del país primero, llegando después hasta California, Canadá o incluso Alaska. Formó parte de compañías de minstrel y vaudeville, se dedicó a jugar a las cartas, se convirtió en proxeneta, hizo de todo con tal de sobrevivir. Por supuesto, nunca dejó de tocar el piano en cualquier barrelhouse o honky tonk que se preciara. Le gustaba hacer ostentación del dinero que ganaba. Tenía un diente de diamante y el guardarropa con trajes más amplio de todo Estados Unidos.

Su llegada a Chicago, hacia 1923, fue determinante para su carrera musical y se corresponde con su etapa más prolífica. Fue allí donde fundó su banda, los Red Hot Peppers, y dio rienda suelta a sus aptitudes como líder, compositor y arreglista. Realizó más de cien grabaciones y publicó rollos de pianola de sus composiciones. Eso sí, apenas interactuó con los músicos de Nueva Orleans que habitaban en la ciudad como Joe Oliver o el propio Louis Armstrong. Esta marginación le llevó a buscar trabajo como músico de publicidad. Conoció a los hermanos Melrose, unos blancos a los que consideró sus únicos amigos, que poseían una tienda de discos y una agencia de publicidad.

Según Gunther Schuller en su denso pero revelador y enciclopédico libro 'Jazz: sus raíces y su desarrollo' unas de las mayores aportaciones de Morton al jazz fue su interés por la forma musical que le llevó a introducir niveles de variedad y contraste desconocidos hasta entonces como las imaginativas yuxtaposiciones dentro de una misma pieza de polifonía, armonía, solo, contramelodía y el stop-time, uno de los rasgos distintivos de su música, utilizados todos ellos siempre como elementos estructurales individuales.

Hasta que Duke Ellington ampliara los límites de las posibilidades sonoras de una orquesta, los Red Hot Peppers de Morton fueron el paradigma de la interacción y compenetración de conjunto, tan característico del estilo de Nueva Orleans. Aunque a veces utilizara los métodos menos ortodoxos para conseguirlo. Hay una anécdota que describe la situación límite que el trombonista Zue Robertson vivió durante un sesión de grabación. Éste se negó a tocar una de las partes del mismo modo que aparecía en la partitura. Morton no dudó en sacar una pistola de su bolsillo y depositarla sobre el piano a modo de advertencia. Ni que decir tiene que en la siguiente toma el trombonista reprodujo las notas una a una tal cual las había concebido Morton.

La paradoja de Jelly Roll Morton es que, en vida, su música apenas influyó a sus contemporáneos. Esto puede ser debido a que su estilo representaba el fin de una línea, la tradición del jazz de Nueva Orleans y su evolución desde las formas primitivas del ragtime a la denomiada música hot. Además, en pleno apogeo de los Red Hot Peppers en los años veinte, el material que utilizaba Morton ya era visto como algo anacrónico. Por su parte, los pianistas de Harlem de los años treinta se burlaban de él porque lo consideraban una antigualla.

El 10 de julio de 1941 fallecía en Los Ángeles dejando un extenso legado musical que tal vez no haya sido del todo valorado en la historia del jazz, que siempre ha tendido más a destacar las anécdotas de las batallitas sobre el pasado y sus excesos discursivos que sus composiciones, grabaciones e innovaciones estilísticas.

De toda su discografía seleccionamos 'Hesitation Blues', a piano y voz, donde se observa ese toque ragtime con forma de blues pero con pasajes improvisados y un poderoso estilo vocal. En la composición de Joe Oliver 'Dr Jazz', por el contrario, perteneciente a la época de los Red Hot Peppers, apreciamos sus dotes como director de banda y arreglista al introducir las variedades formales y polifónicas de las que hemos hablado anteriormente. Puro sonido New Orleans.







"Un tipo con un gran pañuelo rojo en el cuello y sombrero de cowboy entró en nuestra tienda gritando 'atención todo el mundo, soy Jelly Roll Morton , el creador del jazz'; estuvo hablando como una hora sobre lo bueno que era y después se sentó en el piano y nos demostró todo lo bueno que había dicho que era, incluso mejor", Lester Melrose, publicista y padrino de la escena musical de Chicago.

domingo, 16 de octubre de 2011

Race records: el blues conquista el mercado discográfico


Como ya hemos comentado en más de una ocasión, el blues nació en las plantaciones de algodón del sur de los Estados Unidos; en el estado de Mississippi concretamente, el más pobre y rural del país. Siempre como algo personal, íntimo, espontáneo y necesario; un canto a la desesperación y al desarraigo, a la soledad y a la tristeza. Nunca fue una experiencia colectiva, que tuviera intención de trascender más allá del propio ámbito del bluesmen que lo interpretaba. Tenía un carácter más funcional que artístico. Además, siguiendo la tradición del Delta, la música blues estaba casi exclusivamente asociada a los hombres, apenas había mujeres que lo interpretaran.

Pues bien, en una nueva paradoja histórica, todo esto cambió de la noche a la mañana como por arte de magia. El 14 de febrero de 1920 la distinguida y refinada cantante de origen ucraniano Sophie Tucker sintió una indisposición que le impidió acudir a la sesión de grabación que había reservado para ella un productor de la compañía Okeh Records en un estudio de Nueva York. El alquiler del estudio salía caro y la compañía no estaba dispuesta a desperdiciarlo por una enfermedad de la cantante. Por allí se encontraba el director de orquesta y compositor Perry Bradford, que casualmente contaba entre sus filas con una cantante afroamericana acostumbrada a interpretar vodeviles. La decisión fue rápida: se grabarían algunos temas de Bradford -'That Thing Called Love' y 'You Can't Keep A Good Man Down'- para aprovechar la sesión.

Todos quedaron tan contentos que el 10 de agosto de ese año, esa misma cantante volvió a entrar en el estudio para grabar otros dos temas. Lo que ni los protagonistas ni la propia compañía sabían es que estaban escribiendo para siempre su nombre en la historia. 'Crazy blues', composición también de Bradford, convirtió a su intérprete, la desconocida Mamie Smith, en la primera cantante negra de la historia en grabar un disco de blues. En solo un mes vendió 75.000 copias. Consiguió asimismo ser el disco más vendido del año. El éxito comercial fue tal que las compañías de discos empezaron a utilizar a cantantes afroamericanos para sus grabaciones. Según Gérard Herzhaft en su 'Gran Enciclopedia del Blues' el blues había de ser una música negra, femenina, cercana al vodevil y recreada en los cabarets de Harlem. Las discográficas se dieron cuenta de que existía un mercado virgen por explotar. Habían nacido los discos de raza.

Después de unos momentos iniciales de titubeo en los que se llamaron 'negro series', 'música de color' o incluso 'música negroide' finalmente se adopta el término de 'race record'. En 1922 el periódico afroamericano Chicago Defender publica un anuncio de un disco en el que se utiliza la denominación "race series of records". Por aquel entonces la industria discográfica se situaba en el norte, fundamentalmente Chicago y Nueva York, y los race records servían para diferenciar a la música sureña negra en contraposición a la sureña blanca o hilbilly (paleto).

Con los race records nació el negro como consumidor, toda una revolución económico-social que supuso un filón muy lucrativo para la industria discográfica. Además modificó el paisaje sociológico de los grandes centros urbanos y las nuevas ciudades negras como Harlem en Nueva York o el barrio sur de Chicago. Después de la jornada laboral, se formaban largas colas de negros frente a las tiendas de discos con la intención de adquirir las últimas novedades blues.

En el aspecto musical, los race records tuvieron una influencia decisiva en la difusión del blues. Ciertos estilos pasaron a convertirse en modelos para los jóvenes aspirantes a cantantes. Hasta entonces, la forma de cantar blues estaba determinada por las tradiciones locales, fundamentalmente la tradición rural del Delta. Pero da la casualidad de que los primeros cantantes en grabar discos de blues fueron urbanos, por razones obvias: los estudios se ubicaban allí.

Además, enseguida empezaron también a surgir las primeras estrellas, conocidas en todo el ámbito nacional. En una entrevista de la época, Mamie Smith reconocía que su público cada vez la quería ver más elegante y no podía defraudarle. Dedicó parte de sus ingresos a pagar el lujoso vestuario que llevaban en sus actuaciones y a vivir como una diva del blues. Estos símbolos de éxito y refinamiento hacen cuestionar a algunos estudiosos puristas del género sobre la autenticidad de los blues comerciales vinculados a la gran ciudad, tan distintos a la variedad rural. No en vano las canciones mostraban sobre todo la habilidad de los compositores profesionales que eran quienes escribián la mayor parte del material, sin tener en cuenta las raíces más bluseras.

Los largos pasajes improvisados del primer blues tuvieron que ceñirse a las limitaciones temporales que la propia naturaleza de la grabación exigía. Se estandarizó la estructura clásica de doce compases, se eliminaron los pulsos sueltos y las armonías difusas de los cantantes rurales sin formación y se introdujeron arreglos orquestales. Atrás quedaba la única instrumentación de una guitarra. Los intérpretes de este tipo de blues eran sobre todo vocalistas y se hacían acompañar de los mejores instrumentistas, siendo habitual que músicos de jazz colaboraran en estas grabaciones.

Pero hay un aspecto definitivo que tiene que ver más con lo psicológico que con lo musical. Como apunta Ted Gioia en Blues: la música del Delta del Mississippi, aún en los momentos más melancólicos el blues de los race records conserva un tono de confianza y descaro. Se cantaba en voz muy alta para que se escuchara bien hasta en la última fila, era una arte puramente interpretativo. En diferencia al predominio masculino del Delta, son las mujeres quienes toman las riendas en los blues de los race records. Mamie Smith inició el camino que luego continuarían excelentes voces como Ma Rainey y Bessie Smith.

Cuando los productores discográficos se dieron cuenta de que la mayoría del público comprador de discos de blues -así como los mejores músicos- se encontraban en los estados sureños empezaron las expediciones itinerantes con estudios de grabación portátiles para buscar a futuros artistas. Se les convocaba en la emisora de radio local, en las tiendas de muebles o en la propia plantación. Blind Lemon Jefferson, Robert Johnson o Charley Patton fueron descubiertos así, pero eso ya es otra historia...

Dos versiones del clásico 'Crazy Blues', la original de 1920 y una adaptación de 1935 renombrada como 'Harlem Blues' donde se ve a Mamie Smith cantar con el estilo vaudevilesco y refinado del que hemos hablado.





"Una compañía discográfica ganó más de 4 millones de dólares con el blues. Ahora todas las compañías han puesto una chica de color a grabar. El blues va a perdurar", revista Metronome tras el éxito de Crazy Blues.