sábado, 29 de junio de 2013

Jazz río arriba

"Afuera, sintiendo el aire puro del río; bajo el sol, la luna y las estrellas, la energía del jazz se activa, removiendo las ondas de sonidos del río más famoso del país",  Jazz on the river.
La sensación de libertad, de adentrarse en lo desconocido, de explorar nuevas tierras tan fascinantes como misteriosas. Hay un cierto toque romántico en ello, de búsqueda interior, de dejarse llevar por la corriente, de cambio, de ensueño. En las antiguas culturas, los ríos han simbolizado la juventud, el conocimiento, la inmortalidad, el avance y se han utilizado como una de las grandes metáforas del arte. "Todo fluye" decían los clásicos. Los navegantes que se embarcaban en apasionantes viajes por las salvajes y peligrosas aguas experimentaban una suerte de crecimiento personal, de superación, de madurez. El persistente mito de Ulises, los cantos de sirenas, los encantamientos marinos. Existe algo en la imaginería acuática que nos atrae y nos hechiza, casi tanto como en la música jazz.

Nueva Orleans, uno de los puntos más septentrionales del Caribe, la única ciudad subtropical de Estados Unidos, era el puerto principal del río Mississippi. El alfa y omega del Nilo norteamericano. Como destino final, allí llegaban los barcos de esclavos provenientes de África, los comerciantes europeos, los colonos, los refugiados de las guerras de Haití o de Cuba. La famosa mezcolanza de la Crescent City. Y al mismo tiempo, de allí partían hacia el interior del país, unos característicos barcos de vapor que  no solo llevarían pasajeros y turistas, sino también los estimulantes ritmos autóctonos. 

domingo, 16 de junio de 2013

En la frontera de Alabama


"Fue alrededor de 1904. Se anunció la batalla de pianos de la Feria Mundial de St. Louis. Yo era un pez gordo de medio pelo. Tocaba el piano en la zona de Mobile y las chicas iban a financiar mi viaje. Estaba decidido a ir hasta que escuché que Tony Jackson también acudiría a ese concurso. Por supuesto, estaba tan asustado que me quedé en Alabama. Más tarde me enteré de que Tony Jackson finalmente no estuvo y que el ganador fue Alfred Wilson, algo que me disgustó porque sabía que a Alfred si le hubiera ganado. Así que seguí viajando por diferentes garitos cantando mi nueva canción..." Jelly Roll Morton.

Tocar en los prostíbulos sin duda era una escuela dura. Cualquiera podría pensar que incluso suponía un trabajo de riesgo. Y más si empiezas siendo un adolescente. Para ganarse una reputación había que saber arreglárselas en las situaciones más comprometidas. Un cliente borracho que pide que le toques su ragtime favorito. Un rudo marinero que está de paso en la ciudad y no duda en pagarla contigo cuando no le gusta una de las piezas. Un chulo que no te quita el ojo de encima porque piensa que está coqueteando con una de sus chicas. Hasta un matón sin escrúpulos que no duda en usarte de parapeto para cerrar uno de sus negocios. Ser pianista en cualquiera de los antros que había en Nueva Orleans a principios de siglo XX era lo menos parecido a una actividad tranquila. Y aunque Jelly Roll Morton sabía moverse como pez en el agua en esos ambientes sórdidos llegó un momento en el que necesitó irse. Pero por cuestiones más prosaicas de lo que pudiera parecer...

Un mandamás de tres al cuarto

"Quería ser el mejor jugador de billar del mundo así que me fui de Nueva Orleans que estaba lleno de tiburones que iban a esos pequeños antros donde yo practicaba con los pringaos. Lo que hice fue utilizar el piano como reclamo". 

Jelly Roll Morton ya por esa época era un arrogante jovencito cuyo concepto de sí mismo no tenía límites. No sólo es que quisiera convertirse en el mejor jugador de billar del mundo, sino que también ansiaba ser el mejor pianista. Empezó a recorrer las ciudades del Sur de Estados Unidos. Jackson, Greenville, Greenwood, Vicksburg... Allí iba a los garitos donde hubiera un piano y una mesa de billar, algo bastante frecuente por otro lado puesto que se trataba de aficiones igual de perniciosas. Jugar y tocar, esas parecían ser sus únicas pretensiones. "De vez en cuando dos o tres mujeres se enamoraban de mí, pero no les prestaba mucha atención, sólo estaba interesado en jugar al billar". Al mismo tiempo eso es lo que le diferenciaba de los pianistas de la zona. La mayoría de ellos estaban atados a sus mujeres y no se movían mucho del lugar. Sin embargo el espíritu libre e itinerante de Jelly Roll le puso en contacto con diferentes tradiciones y estilos de tocar el piano. Aunque en casi todos esos honky tonks lo único que se escuchaba era blues, ese blues sucio y pantanoso del Sur...