lunes, 10 de febrero de 2014

Nueva Orleans y el jazz 'perdido'


Cruce entre Perdido  y South Rampart

 [[ En plena fase de documentación y revisión de la bibliografía de Nueva Orleans y los orígenes del jazz, recupero un antiguo texto publicado en Cuadernos de Jazz en octubre de 2012 sobre mis impresiones tras visitar por primera vez la ciudad; el mito caído ]]

La confluencia entre Perdido y South Rampart  es mucho más que un simple cruce de calles. En ese punto exacto se situaba el Odd Fellows Hall, uno de los antros que encumbró a Buddy Bolden como primer rey del jazz. Justo en el piso de arriba estaba el Masonic Hall Ballroom, detrás el Eagle Saloon, a unos metros, el emblemático Funky Butt, lugares donde el primigenio jazz de Nueva Orleans tomó su forma. El propio Bolden nació y creció a unas calles de distancia y frecuentaba las tiendas y tugurios de la zona.

El mismo bloque, en el número 427 de South Rampart, acogía el domicilio de los Karnofsky, familia judía que apadrinó a Louis Armstrong  y jugó un papel fundamental en su desarrollo musical. Gracias al dinero ganado trabajando para ellos, el pequeño Louis pudo adquirir su primera corneta. No era raro, además, verle pasear con su carretilla para repartir carbón por los establecimientos del barrio. De hecho, Armstrong pasó su infancia, en  el 1223 de la calle Perdido, a escasas manzanas de allí.

En los difusos años que comprenden el cambio del siglo XIX al XX, el área Perdido-South Rampart fue el vecindario –entre otros muchos- de Jelly Roll Morton, el ‘inventor’ del jazz; de Joe ‘King’ Oliver, maestro de Armstrong y fundador la reputada Creole Jazz Band, o de Nick LaRocca, de la Original Dixieland Jazz Band,  primera banda de jazz en grabar un disco. Lo más laureado del jazz de Nueva Orleans. Algunos historiadores han llegado a bautizar este vecindario como el Storyville negro. Por ello, el cruce entre Perdido y South Rampart no es un punto más del callejero de Nueva Orleans, sino que podríamos aventurarnos a describirlo como el verdadero lugar donde surgió el jazz.

El blues de la calle Perdido

Pues bien, esta zona ha sido literalmente borrada del mapa en el Nueva Orleans del siglo XXI. Pude comprobarlo con mis propios ojos entre lástima, decepción e impotencia durante un viaje realizado este verano en busca de las raíces de la música afroamericana. Para cualquier amante del jazz, entre los que obviamente me incluyo, Nueva Orleans representa un lugar de peregrinaje obligado, una especie de meca musical en la que adentrarse y dejarse sorprender por sus sonidos, sus gentes y su ambiente.  Pero al mismo tiempo, uno no era tan ingenuo como para pensar que todavía pervivía ese Nueva Orleans mágico e idealizado que, en ocasiones, se describe los libros o en las películas. Así que un punto intermedio entre ambas imágenes –pensaba yo- podría ser el Nueva Orleans actual. Nada más lejos de la realidad…

El eje Perdido-South Rampart forma parte hoy de Central Business District, un remodelado barrio apenas transitado por peatones que acoge algunas sedes administrativas de la ciudad, como el Ayuntamiento o el Hospital Universitario de Tulane, así como el mastodóntico Superdome de Louisana, el recinto deportivo más grande de todo el estado. Un cuadro un tanto macabro donde parcelas vírgenes se intercalan sin criterio con hoteles impersonales, rascacielos y parkings vacíos. Tan solo tres históricos edificios,abandonados, en mitad de la nada, totalmente desvencijados, quedan en pie. Si no fuera por un panel informativo que recuerda vagamente los ilustres tiempos pasados del barrio, pasarían inadvertidos para el osado caminante que se acerca hasta allí.

No hay restos de las carnicerías, zapaterías o barberías que dieron color al barrio tiempos atrás. Ni por supuesto de los salones, salas de baile y clubs que sirvieron como banda sonora. Ni una mísera placa que recuerde ‘Aquí nació Buddy Bolden’ o ‘Aquí vivió Louis Armstrong’. El dibujo de un clarinete gigante, ‘The Clarinet’, en uno de los muros de un Holiday Inn, es el único homenaje que la ciudad hace a su pasado. Parece estar escrito en su destino. Los españoles le dieron el nombre de Perdido porque después de una gran tormenta la calle parecía ‘perdida’ entre el lodazal. En 2012 otro tipo de barro ha sepultado para siempre aquellas notas que bullían de allí. Un panorama amargo, que afortunadamente nunca podrá ser enterrado del todo gracias a canciones como el eterno blues de Armstrong, Perdido Street blues.

Estatua a Buddy Bolden / Louis Armstrong Park

Se lo llevó el huracán

Es complejo y doloroso intuir los motivos de este abandono. Supongo que una ciudad tan castigada por los fenómenos meteorológicos no puede permitirse el lujo de regodearse excesivamente en sus tiempos gloriosos porque llega el huracán y lo arrasa todo. Siete años después, la huella del Katrina todavía se deja sentir en la ciudad. El efecto que produjo es incalculable. En el mismo Canal Street, la arteria principal de la ciudad, a medida que uno se aleja de las lujosas cadenas hoteleras que miran al Mississippi, pueden verse edificios a medio caer, teatros desvalidos, señales rotas o aceras levantadas.

Yo mismo sentí la ‘experiencia Nueva Orleans plena’  al verme recluido dos días en la habitación del hotel por los efectos de huracán Isaac, el más fuerte en asolar la ciudad después del Katrina. En Nueva Orleans las tormentas no son ninguna broma: toque de queda, población evacuada, ciudad fantasma -tan solo ejército y periodistas transitando por las calles-, inundaciones y cortes de luz. A pesar de la cotidianeidad con la que sus habitantes las reciben, se nota el respeto que tienen hacia toda corriente de aire que provenga del Golfo de México.

El jazz como cliché

Pero el huracán no vale como excusa para todo.  Una cosa es mirar al futuro y aferrarse al ‘carpe diem’ y otra muy distinta despreciar el pasado. Da la sensación de que el jazz en Nueva Orleans ha quedado reducido a un simple cliché para atraer turistas, más que a un orgulloso legado al que rendir homenaje y preservar. Todo gira en torno al jazz. El aeropuerto internacional de la ciudad se llama Louis Armstrong. En el hotel en el que me alojaba, las salas de banquetes recordaban a Buddy Bolden, Jelly Roll Morton, Sidney Bechet o Louis Armstrong. En las  tiendas de souvenirs, el jazz se utiliza como reclamo para camisetas, pósters, imanes, postales o calendarios. Y por supuesto en el French Quarter, distrito turístico, cientos de clubes tienen la palabra jazz en su puerta aunque luego lo que se escuché allí dentro no tenga nada que ver.

Casa natal de Jelly Roll Morton
Pero cuando se trata de profundizar en su herencia, la cosa cambia. Por ejemplo, en Nueva Orleans están dos de los lugares del mundo con mayor archivo documental sobre el origen del jazz. El US Mint, en una esquina del French Quarter custodia, entre otros tesoros, la primera trompeta de Louis Armstrong. Por su parte, el Hogan Jazz Archive de la Universidad de Tulane es un  paraíso para investigadores y estudiosos donde aparte de las colecciones itinerantes, alberga una réplica de lo que fue Storyville, entrevistas con músicos pioneros, registros fonográficos y fotografías de época. Cualquiera que quiera entender el jazz de Nueva Orleans debe acudir a sus archivos. Pero lamentablemente en la semana que estuve allí no coincidió ningún día que estuvieran abiertos, como si la ciudad guardara recelosa su gran secreto.  El caso del Hogan Jazz es más sangrante porque dos días después del huracán me desplacé hasta las instalaciones de la Universidad de Tulane comprobando una vez más el manido ‘cerrado por huracán’. La cafetería, el comedor, los restaurantes y zonas de esparcimiento de la universidad, sin embargo,  estaban a pleno rendimiento.

En cualquier ciudad del mundo la tienda ultramarinos en la que trabajó Louis Armstrong o el comentado Odd Fellows Hall serían museos. En Nueva Orleans son edificios dilapidados, olvidados y en el mejor de los casos, clausurados. No lo digo yo, lo dice el actor Wendell Pierce, oriundo de Nueva Orleans, famoso por dar vida al pendenciero trombonista Antoine Batiste en la serie de la HBO Treme. Y así es. El año pasado estuve en Liverpool y pude apreciar in situ cómo cualquier rincón que tenga que ver los Beatles es ampliamente venerado (a veces hasta la extenuación). En Estados Unidos, en este mismo viaje, fui testigo de casos extremos como Graceland, en Memphis, mansión de Elvis Presley, donde cualquier objeto del ‘Rey’ supone motivo de culto. O en el lado opuesto, Mississippi, donde a pesar de la sensación de ‘rincón del fin del mundo’, gracias a la altruista señalización de la organización ‘Mississippi Blues Trail’ es posible visitar (sin perderse por carreteras secundarias) la tumba de Charley Patton, el lugar de nacimiento de Robert Johnson o la plantación Dockery. Un simple poste y unas líneas explicativas. No es necesario más… En Nueva Orleans entidades como la Louisiana Landmarks Society o el Registro Nacional de Lugares Históricos están intentando recuperar todos estos lugares del jazz, pero de momento los intereses económicos o las corruptelas políticas parecen haber ganado la partida.

¿Dónde está el jazz de Nueva Orleans?

Entonces dónde situamos esa imagen archi-repetida de ciudad musical y bulliciosa, en la que el jazz brota a la vuelta de la esquina. ¿Dónde está el jazz de Nueva Orleans? ¿En los discos? ¿En los libros? ¿En las series? ¿En los clubs? ¿En la calle? Desde luego, la ciudad conserva un buen puñado de librerías recomendables para perderse en su interior, músicos callejeros, música en directo…etc. Pero, ¿y su esencia?  El Storyville histórico –situado al norte del French Quarter- la zona que congregaba los lupanares y las casas de citas era, antiguamente, el barrio donde creció y se expandió el jazz. Allí estaban el Lulu White’s y el Frank Early’s, dos salones que empleaban con frecuencia a pianistas de jazz. Jelly Roll Morton era uno de los habituales. Hoy en día está soterrado por viviendas sociales –eufemismo para hablar de barrio chungo-, una comisaría de policía y, como no, parkings. En ninguna guía turística viene, nadie parece estar interesado en ir hasta allí. Los nuevos residentes desconocen el jugoso pasado musical del terreno donde se asientan sus hogares. Eso sí, se muestran amables y locuaces para alertar al visitante  arqueológico de los peligros que supone bucear en el legado del legendario Distrito Rojo. Hasta en tres ocasiones fui advertido para no entrar. Y por supuesto, no entré.

Justo al lado de lo que queda de Storyville (nada), tras pasar el cementerio de San Luis, encontramos uno de los pocos espacios históricos que sí se conservan: Louis Armstrong Park. Aparte de las excelentes esculturas dedicadas a los grandes maestros como Louis Armstrong, Buddy Bolden o Sidney Bechet  y otras que rememoran el acervo cultural de la ciudad (pobladores indios, bandas de metales, comercio de esclavos) el parque es interesante porque alberga ‘Congo Square’, el único sitio  donde los esclavos africanos podían bailar libremente al ritmo de los tambores en la época de esclavitud. De esas polirritmias, cantos y danzas bebió el jazz.  

Siguiendo por la derecha a la salida del parque, de espaldas al río, está el barrio criollo de Treme, mitificando en cierto modo por la serie que lleva su nombre y en el que salvo que coincida la fecha es difícil ver un desfile callejero. En mis múltiples paseos por allí no vi ningún club de jazz. Algo que sí abunda en Frenchmen Street, en el distrito de Marigny, al este del French Quarter. En el número 1443 una mínima fotografía en una ventana recuerda que Jelly Roll habitó esa casa. Pero no es hasta el tramo inicial donde empieza la marcha. La calle posee alguno de los clubs más auténticos de la ciudad: como el Snug Harbor o el Blue Nile, nuevamente cerrados por huracán. Otro lugar interesante –en este caso abierto- es el Spotted Cat. Espléndidamente decorado y con un ambiente bohemio sin apenas turistas de ‘jazz cliché’ ofrece varios conciertos al día. Bailes espontáneos, cervezas locales, diversión y buena música. Las dos veces que pasé por allí coincidieron músicos blancos como el resto de la clientela. Lo más sorprendente es que, tras el huracán, con todo el barrio sin luz, el dueño tiró de generador y con un par de focos y un ventilador, el Spotted contrarrestó las inclemencias con una banda de gipsy a la que poco importaron las limitaciones energéticas ya que tocaron y cantaron a pelo, sin amplificación. Una bella metáfora de lo que es Nueva Orleans. A pesar de las adversidades la música nunca deja de sonar. Por fin.

Preservation Jazz Hall
The Saints 20$

La música tampoco deja de sonar en el French Quarter, tanto en la calle como en los bares, aunque, por lo general, no hay muchos clubs que tengan jazz verdadero. Los más interesantes se ubican en Decatur Street, en el límite sur del Quarter, paralela al río. De los pocos sitios que merecen la pena en la atestada zona de Bourbon Street, está el Preservation Jazz Hall, un viejo local de madera, algo incómodo, que cuenta con su banda propia basada estrictamente en los elementos del jazz tradicional. Loable labor que se hace más llevadera –para ellos- con los 15 dólares que vale la entrada (de los pocos que cobraban cover). Llama la atención la lista de precios para las peticiones: Tradicional (5 dólares), Otras (10 dólares) When the saints go marchin’ in (20 dólares). Tan gráfico que sobra cualquier comentario.

Aún así, los club más interesantes según todas las guías y recomendaciones se situaban bastante alejados del centro turístico y era aconsejable ir en taxi. Muchos de ellos, como el Funky Butt at Congo Square tuvieron que cerrar tras el Katrina, pero otros como el Tipitina’s, el Saturn Bar o el Maple Leaf, dispersos por la ciudad, siguen en pie aunque como no era seguro que estuvieran abiertos debido al huracán, no hubo manera de comprobar si merecían la pena. El mito se transforma en frustración.

Hay que decir, en su favor, que visitar una ciudad en el transcurso de un inesperado huracán puede resultar una experiencia muy propia –sobre todo si se trata de Nueva Orleans- pero merma irremediablemente cualquier aspiración cultural que uno pudiera tener. A excepción del French Quarter, claro. La ciudad puede vivir en un indefinido letargo pero Bourbon Street nunca ‘cierra por huracán’, es más, lo reciben con los brazos abiertos. El cóctel de moda: el ‘hurricane’, como no podía ser de otra manera, causó furor esos días. Todo por y para el turista; sin perder el sentido del humor. El jazz suena, por supuesto, pero no ese jazz auténtico que nació de la mezcla de negros, criollos y blancos. Para mezcla, el intenso aroma etílico, los olores a comida basura y otro tipo de fragancias más escatológicas que merodean por Bourbon Street y aledaños. Parece mentira que sea el punto más turístico de la ciudad. Aún así, creo que a pesar de todo, Nueva Orleans bien merece una segunda oportunidad. Aunque solo sea por desenterrar ese jazz oculto por el huracán o para darlo, por el contrario, definitivamente por perdido…

 



Músico callejero



[Fotos: @ManuGrooveman / @IsaJMoya]

5 comentarios:

  1. ¿Y si los inventores del jazz hubiesen sido JASP?
    Impagable narración.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Creo que merece una segunda oportunidad ... Me encanto

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  4. Me gusta mucho tu blog, tienes un muy buen contenido, saludos.

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  5. Hola Manu
    primera vez que leo tu Blogs me gusto mucho te felicito muy buena informacion de Jazz y de nueva orleans. sin duda un a estupenada conjugacion en un solo lugar. vale la pena viajar conocerlas personalmente
    Tour Valparaiso

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