domingo, 28 de diciembre de 2014

El blues de la Meseta

 
"En el interior de esta pampa enorme, los pueblos medio en ruinas, a los que de lejos, su color de barro hace que se asemejen a un montón de excrementos de pájaro resecos, pueden sugerir descripciones subyugadoras y pinturas dramáticas", Miguel de Unamuno.

Si existe algún lugar a este lado del Atlántico similar al Delta del Mississippi ese es la Meseta.

La Meseta es nostalgia, soledad y cierta decrepitud. También reflexión, introspección y calma, tan necesaria para estos tiempos vertiginosos. Un decadente aire de aislamiento impregna el ambiente. Los escasos núcleos urbanos, dispersos y cada vez más despoblados, apenas albergan a los más viejos del lugar. En muchos pueblos las escuelas cerraron por falta de alumnos. Al igual que hospitales y centros de salud. Los jóvenes emigraron, cansados de la falta de oportunidades, de las inclemencias meteorológicas, de la rudeza del terreno, de puro aburrimiento o de un compendio de ambas, cualquiera sabe...

Algunas ciudades crecen en población, las mínimas. También en impersonales centros comerciales y urbanizaciones a las afueras sacrificando los edificios históricos, los pequeños cines y los comercios y oficios tradicionales. La mayoría pierden no solo habitantes, también confianza. Se quedan estancadas en un clima de derrota y desesperación, contemplándose el ombligo por un pasado de esplendor y gloria. El pesimismo se apodera de todo, principalmente del futuro, aunque también del presente. Cualquier tiempo pasado fue mejor  parece erigirse como el único lema posible.



En las zonas rurales de la Meseta, aparte de labrar el campo o cuidar el ganado, no hay mucho más que hacer. Ir al bar, a lo sumo, o sentarse a ver el tiempo pasar. Contemplar el atardecer, en un sublime cromatismo de rojizos y ocres, es el momento culmen del día. En invierno cae sobre los helados campos de escarcha, en un cielo ligero y límpido; en verano la atmósfera se torna más pesada aunque se contrarresta con el suave rumor del río y el frescor continental de las noches estivales. El invierno huele a leña, sopa castellana y chuletón de ternera morucha; el verano a barbacoa a la intemperie, a vino de Toro y a tierra húmeda.